Existen muchos mitos de la alimentación que han entrado profundamente en el ideario colectivo. Se dice que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Algo parecido es lo que nos ha pasado con algunas afirmaciones relacionadas con la cocina y la salud, que repetimos por pura inercia.
En el post de hoy vamos a desenmascarar a algunas de estas creaciones de la pseudociencia y el imaginario colectivo.
Mitos de la alimentación más que cuestionables
¿Cómo nacen los falsos mitos? Su origen es diverso. Algunos surgen de evidencias científicas interpretadas incorrectamente o sacadas de contexto.
Otros son creaciones del marketing de la industria alimentaria, para fomentar la venta de determinados productos. Las hay que nacen de creencias populares que se remontan a una época donde la ciencia se encontraba en pañales y la única preocupación con respecto a la nutrición era qué llevarse a la boca al día siguiente.
Vamos a ver algunas de las más populares.
#Mito 1: Los carbohidratos engordan
Los carbohidratos forman, junto con las grasas y las proteínas, la piedra angular de nuestra alimentación. Son nuestra principal fuente de energía y resultan fundamentales para nuestro cerebro y nuestra flora intestinal.
La confusión radica en el hecho de que no todos los carbohidratos son iguales. Existen los simples y los complejos.
Los primeros, efectivamente, pueden hacernos engordar. Los contienen productos como el azúcar blanco y las harinas refinadas. Son azúcares simples que absorbemos rápidamente y nos causan una fuerte subida de glucosa en la sangre. Nuestro páncreas deberá revertir este desequilibrio generando gran cantidad de insulina.
Esto resulta poco saludable, y además el proceso es tan rápido que en seguida volvemos a tener hambre. Es decir, consumimos gran cantidad de calorías, pero estas no nos sacian porque apenas contienen nutrientes.
Los carbohidratos complejos se componen de cadenas largas de azúcares que no podemos digerir directamente en el estómago, sino que deben ser descompuestas por nuestras bacterias intestinales. Esto tiene varios efectos positivos.
En primer lugar, el azúcar se libera muy lentamente, lo que evita los picos de glucosa en sangre. Estaremos también saciados durante más tiempo.
Estos carbohidratos complejos además alimentan a nuestra flora intestinal, lo que permitirá que sea más eficaz eliminando toxinas y absorbiendo vitaminas y minerales.
Estamos pues ante una media verdad.
#Mito 2: Hay que beber 2 litros de agua al día
De entre todos los mitos de la alimentación, este es uno de los más extendidos. Parece proceder de algunos cálculos que establecen que un adulto necesitaría ingerir alrededor de 2,5 litros de líquido al día para no deshidratarse. Sin embargo, esto es una burda simplificación.
En primer lugar, el agua que bebemos no es nuestro único aporte de líquido. También lo son los vegetales que consumimos. Igualmente, no necesita la misma cantidad de líquido un adulto, que un niño o una persona mayor.
Las necesidades de agua, además, pueden variar mucho dependiendo de la época del año, la temperatura ambiental, el nivel de ejercicio físico que se realiza o las propias características físicas de la persona.
Un esquimal seguramente necesite bastante menos agua que un africano que vive en el desierto.
En resumen, es importante beber agua, pero la cantidad que necesitamos en cada momento puede variar.
#Mito 3: Beber cerveza causa una tripa cervecera
La creencia popular de que beber cerveza nos hará desarrollar una barriga cervecera no parece sostenerse científicamente. Un estudio realizado con 20.000 alemanes demostró que los consumidores regulares de cerveza sí aumentaban su peso corporal debido a las calorías adicionales. No obstante, no se pudo probar que esto se produjera principalmente en la región de la barriga.
#Mito 4: Las bebidas isotónicas curan la gastroenteritis
Uno de los mitos de la alimentación que incluso ha invadido las consultas de muchos médicos, es que las bebidas para deportistas sirven para curar la gastroenteritis. Se justifica esta afirmación alegando que nos ayudan a reponer las sales minerales que perdemos por la diarrea.
Sin embargo, en realidad las sales que contienen estos productos no son las que necesitamos reponer. En una gastroenteritis, perdemos sobre todo agua y potasio. Sin embargo, las bebidas isotónicas sólo contienen este mineral en cantidades insignificantes.
Una lata de este tipo de productos además contiene 6 o 7 terrones de azúcar, prácticamente la cantidad diaria máxima recomendada. El exceso de azúcar provoca la pérdida de líquido, que es justo lo contrario a lo que se pretende conseguir.
#Mito 5: los niños necesitan beber leche de vaca para crecer sanos
Gracias a uno de los mitos de la alimentación más difundidos por la industria alimentaria, muy pocos padres dudan de esta afirmación. Sin embargo, se cae por su propio peso con sólo hacer una breve reflexión. Ninguna especie animal en el planeta depende de la leche de otra para sobrevivir.
Es cierto que la leche materna es un alimento fundamental para los bebés en el primer año de vida, pero esta tiene poco que ver con la leche de vaca. De hecho, la fórmula que se utiliza como sustitutivo, debe ser modificada en un laboratorio para que los niños la puedan tolerar.
Además, en gran parte del mundo (por ejemplo, en muchos países asiáticos), la leche no humana casi no se consume. De hecho, una gran parte de la población es intolerante a la lactosa.
El calcio que contiene la leche también puede obtenerse fácilmente de otras fuentes, como las verduras o las semillas. Por lo tanto, la leche de vaca podrá tener algunos beneficios, pero desde luego no resulta imprescindible.
#Mito 6: Las verduras y hortalizas crudas son más sanas que las cocinadas
No hay duda de que la cocción destruye algunas vitaminas, como la C, B6 y B9. Sin embargo, el calor también elimina determinados antinutrientes presentes en los vegetales. Esto permite que algunos minerales y compuestos beneficiosos se vuelvan biodisponibles.
Un ejemplo paradigmático es el del licopeno del tomate, que sólo se libera con la cocción. Algunas hortalizas de la familia de las solanáceas, como la berenjena o la patata, incluso no deben consumirse crudas porque contienen sustancias tóxicas.
#Mito 7: Un pan oscuro es integral y por lo tanto más saludable
Está demostrado que el pan integral es más sano que el elaborado con harinas refinadas y su tonalidad suele ser más oscura que la del pan blanco. Esto se debe a la presencia de la cáscara o salvado.
Sin embargo, no todos los panes oscuros son integrales. Existen panes hechos con harinas blancas a las que se les ha añadido un poco de malta o melaza para oscurecerlos. Por lo tanto, sería más correcto decir que “el pan oscuro es más saludable, siempre y cuando sea integral”.
#Mito 8: los huevos aumentan el nivel de colesterol malo
Es uno de los mitos de la alimentación que han fomentado incluso médicos y nutricionistas. El huevo contiene colesterol, esto es indudable. Sin embargo, el colesterol presente en los alimentos no tiene en realidad ningún impacto significativo sobre los niveles de nuestro propio colesterol.
La mayoría de este lo fabrica nuestro hígado a partir de sustancias como las grasas trans o incluso como una respuesta al estrés u otros factores metabólicos. Por lo tanto, a no ser que consumamos cantidades exageradas de huevos, estos no suponen ninguna amenaza para nuestro corazón.
#Mito 9: la miel es mucho más sana que el azúcar
La miel está formada aproximadamente por un 20% de agua, siendo el resto básicamente azúcar. Contiene algunos minerales más que el azúcar refinado, pero en dosis tan pequeñas que tendríamos que tomar cantidades ingentes para que tuvieran alguna relevancia. Y eso nuevamente nos saturaría de azúcares.
#Mito 10: una copita ayuda a la digestión
Algunos mitos de la alimentación entran tan profundamente en el ideario colectivo, que incluso crean costumbres. En muchos lugares del mundo es habitual tomarse un “chupito” o una copita de licor después (o incluso antes) de la comida, porque se afirma que ayuda a una mejor digestión.
Nada más lejos de la realidad. La confusión viene del hecho que el alcohol ayuda a relajar temporalmente los músculos del estómago, por lo que parece que nos sentimos menos llenos.
Sin embargo, el alcohol es un tóxico que nuestro cuerpo intentará eliminar cuanto antes. Como consecuencia, se ocupará en primer lugar de esta tarea, retrasando el resto de la digestión. Es decir, en realidad alarga el proceso de digestión, que es justo lo contrario de lo que se pretende conseguir.
Cómo diferenciar los mitos de la realidad
Los falsos mitos de la alimentación se presentan a menudo junto a otros verdaderos. Otras veces, se mezclan con estos creando medias verdades, como ya hemos visto. ¿Cómo podemos entonces determinar si una afirmación es cierta o no?
En primer lugar, usemos el sentido común.
¿Tiene lógica? ¿Es aplicable a todo el mundo o hablamos de un caso particular que se ha extrapolado erróneamente a toda la población?
Haciéndonos estas preguntas, ya eliminaremos muchos falsos mitos, como pudimos ver con el caso del consumo de agua o de la leche.
Si superan este primer test, lo siguiente será comprobar si lo que se afirma tiene alguna base científica.
¿Se han hecho estudios científicos y estos son objetivos y relevantes? ¿Lo que se cuenta tiene alguna explicación médica justificable?
Investigando un poco, no nos resultará muy difícil desenmascarar a estos pequeños farsantes disfrazados de sabiduría popular. Esto nos permitirá tomar decisiones razonables e informadas y cuidar mejor de nuestra salud.